Son tantas las palabras que se pierden... Salen de la boca, se atemorizan, y vagan sin rumbo hasta que son barridas a la cuneta como hojas secas. Los dias de lluvia puede oirse su coroque se aleja veloz: YoerabonitaNotevayastelosuplicoTambiényocreoquetengoelcuerpodecristalNuncahequeridoanadiemásqueatioYomeencuentrodivertidaPerdoname...
Hubo un tiempo en que era normal ensartar las palabras en un hilo para guiarlas y evitar que se extraviaran por el camino hacia su destino. Los timidos solían llevar el carrete en el bolsillo, pero la gente pensaba que también lo necesitaban los audaces que hablaban a gritos, porque muchas veces los que están habituados a ser oidos por muchos no saben hacerse oir por uno solo. La distancia física entre dos personas que estuvieran usando el hilo no tenía por qué ser larga; a veces, cuanto más corta la distancia más necesario era el hilo.
La idea de colocar vasos en los extremos del hilo llegó mucho después. Hay quien dice que se debió al irreprimible impulso de acercarnos caracolas a los oídos, para oír el eco de la primera expresión del mundo. Otros aseguran que la inició un hombre que sostenía el estremo de un hilo que iba soltando por el océano una muchacha que se fue a América.
Nicole Krauss, "La historia del amor"