El bunker de la Casa Blanca

Había visto El ala oeste de la Casa Blanca, pero no había visto El Ala Oeste de la Casa Blanca. Había visto alguna temporada, y capítulos sueltos. Me gustaba, pero quizá por la moralina democratota o por la brillantez artificial de los diálogos, la verdad es que no me había enganchado. Muy buena, sí, qué bueno Sorkin, qué bien tratar a los espectadores como gente inteligente bla bla bla.
Estas navidades decidí buscar refugio en alguna serie bien larga, y esperar a que escampase. Así que fue en el ala oeste. Un día estuve ahí 27 horas seguidas. Comía frente a la pantalla, y como era la pantalla de un portátil, me acompañaba a todas partes. Me refiero a todas partes.
Me tragué los últimos tres o cuatro capítulos de la séptima temporada con una especie de angustia de final de viaje. No podía parar de verlos, y a la vez temía llegar al final. Sabía que me iba a quedar más huerfanita, y así ha sido.
He salido de la serie inspirada y queriendo hacer cosas importantes. He salido triste porque sé que esa Casa Blanca idealizada no existe ni ha existido nunca, he salido satisfecha porque han conseguido lo que pido a la ficción, y que explica Tabitha Fortis –“You think I think that an artist's job is to speak the truth. An artist's job... is to captivate you for however long we've asked for your attention”. He salido nostálgica porque nunca podré verla otra vez por primera vez; y he salido esperanzada porque CJ está en California, y deprimida porque quién sabe si soy Toby, y motivada porque trabajo en ficción y la ficción salva vidas, y frustrada porque nunca trabajaré en algo tan bueno como El ala oeste. Pero sobre todo salgo agradecida porque me ha dado asilo estos días y ahora ya está, ya han pasado. Muy feliz año a todos.
Y ved El ala oeste.