No puedo vivir sin documentales. Mejor dicho, no puedo dormir la siesta sin documentales. Y me gusta mucho dormir la siesta. Por supuesto que no me pongo Bowling for Columbine ni Capturing the Friedmans. Lo más cool que me puedo poner para la siesta es Nanuk el esquimal, pero tiendo más bien a El viaje del emperador o Tierra. Tenía un maravilloso pack sobre El Congo que me ha acunado en el sofá durante años, pero ahora se han rayado los dvds, una faena.
Y es que no me sirve cualquier cosa para dormir: desde luego, no una tertulia crispada, ni el telediario, ni una tv movie de esas de después de comer, que “es mala pero te engancha”. Y no se trata tampoco de buscar algo aburrido, porque suele ser feo también: yo necesito imágenes bonitas y voces calmadas con buena dicción.
Los documentales de naturaleza de La Dos eran, sin postureo, mi programa favorito de televisión. O al menos algunos de ellos: fauna en lugares fríos, bichos de la sabana. A veces me sobresaltaban con un documental de cucarachas o de la deforestación del Amazonas o, peor, con la dichosa vuelta ciclista a España. Pero en general podía confiar en la nana documental de La Dos, aunque muchas veces comía tempranísimo y esperar hasta las 4 para dormir no me venía bien. Es eso que dicen que el público ahora quiere ver la película que quiere cuando quiere, y no cuando la programan. Pues yo quería mi documental para la siesta a la hora de mi siesta. Además luego me deshice de mi tele, no por ningún propósito de leer más, ni nada, sino por azares de la vida; y empecé a comprar muchos dvds de oferta en Carrefour y sitios así, pero solían ser una decepción porque, claro, yo estaba acostumbrada a unos documentales muy bien hechos.
Y vino en mi ayuda youtube, donde hay videos de animalitos para parar un carro. Y encima encuentro videos que me sirven para mis charlas, porque en las charlas para hablar de estructura procuro poner ejemplos de historias y no de películas – los documentales de naturaleza cada vez cuentan más historias y, como actores, los animales tienen la ventaja de que no distraen. En cambio un actor bueno salva una escena y uno malo la destroza. Por no hablar de la iluminación, o de cómo está ambientada una película, que te vuelve ciego a la historia y sólo ves que las flores son de plástico. En un video de cebras de youtube, sueles fijarte solo en lo que hacen las cebras.
Lo que pasa es que a veces las historias de la sabana o el Ártico son demasiado dramáticas. Esa foquita que has visto nacer, o que ese narrador de voz arrulladora te dice que es la misma que has visto nacer, está a punto de ser atacada por la mamá oso a la que has visto cuidar de sus crías, o por la que te dicen que es la misma osa. Y no quieres que se coman a la foquita, pero por otro lado algo tendrán que comer los oseznos que has visto deslizarse por la nieve, tan monos, al salir por primera vez de la osera. Y entonces piensas “Noooo, por Dios, a ESA foca no, que se coma a otra foca”, y no puedes taparte con la mantita y cerrar los ojos, y entonces te desvelas. Y a tomar por saco la siesta.
Así que últimamente estoy más enganchada a los documentales sobre el Cosmos. Conozco a mucha gente a la que le apasiona la astronomía, y que si pudiera haría uno de esos viajes espaciales para turistas ricos. Yo, ni muerta. Pero los documentales de astronomía, acabo de descubrir, son lo mejor para conciliar el sueño. En la naturaleza hay demasiado drama: esos ñus que deben vadear el río lleno de cocodrilos; ese pobre pájaro que por mucho que se pavonee o construya una virguería de nido no encuentra novia. La naturaleza está llena de personajes que quieren cosas, que parecen tomar decisiones, que aciertan o fallan. Mis gacelas, mis pingüinos, mis ballenas, mis lobos, todos parecen relativamente libres y dueños de su destino, y pueden acabar bien o mal.
En los documentales de Astronomía eso no pasa. Con unas imágenes increíbles cuentan cómo la Tierra llegó a tener agua, y cómo se muere una estrella -porque también las estrellas pueden acabar bien o mal- y te dicen que la galaxia de Andrómeda tiene una historia mucho más violenta que la nuestra. ¿Violenta? Aunque me pueda inspirar curiosidad, lo que me inspira, sobre todo, es placidez. Y me puedo dormir. Porque en el Cosmos no se elige nada, y la luna que orbita no puede dejar de orbitar y si el universo se expande se expande, qué le va a hacer él. No es porque no haya vida, ojo: me pasa lo mismo con los documentales de plantas. Es muy difícil hacer un documental sobre plantas o planetas que resulte dramático porque es imposible que haya drama si no hay voluntad ni hay libertad. Por eso me gusta el cosmos para la siesta, y en cambio sería el último lugar que elegiría para hacer un viaje. Creo, como Chesterton, que fuera de la Tierra nunca pasa nada interesante.